Aikido, equilibrio de lo externo y lo interno

Durante estos años de práctica en Aikido he tenido la fortuna de viajar y he  usado estos viajes como una oportunidad para visitar diferentes dojos. He tratado de llevar mi gi siempre conmigo tanto dentro de mi propio país, así como también, a muy diferentes lugares del mundo con culturas totalmente distintas. ¡Qué lugares y personas he conocido!

Y más de una vez he agitando la cabeza al ver como hay grupos -en todo el mundo- tan encerrados en los quehaceres de su propia “escuela de Aikido”, que no permiten participar a otros en sus prácticas, negándose a otras experiencias y experimentar otras formas. Tan absortos en “su aikido” que asumen una especie de persecución en contra de otros, para así reivindicar su propia escuela. He lamentado esto, incluso aceptando que los errores o malentendidos no han sido más que la defensa honesta de los principios que emanan de su propio ensimismamiento. Pues sólo veo en ello la búsqueda de redención del orgullo herido.

He conocido artistas marciales que han encontrado perfección en el desarrollo del cuerpo, han llevado sus habilidades de combate más allá de las que he podido lograr en este tiempo. Por otra parte,  he conocido practicantes caen en el otro extremo, confiando plenamente en que sus habilidades son apoyadas en el ki, aferrándose a una práctica sin un sentido de combate, ni siquiera interno. Pero esta necesidad de proseguir cada camino por separado – cuerpo o ki- revela su propia debilidad.

A medida que avanzamos para dominar nuestro cuerpo, también debemos cultivar nuestro espíritu y revelar el ki que las formas esconden.  Así, aquellos con quienes he pasado parte mi vida entrenando y que se enfocan solo en el perfeccionamiento físico o en el espiritual, jamás conocerán las ventajas de la otra práctica y del equilibrio entre ambas.

Durante estos viajes he conocido personas  en posiciones de poder o en la búsqueda de posiciones de poder que este tipo de prácticas sesgadas otorga y utilizan este poder en contradecir otros estilos y/o invalidarlos. He conocido este tipo de practicantes y los he dejado atrás, he oído interminables historias acerca de este tipo de artistas marciales que solo han reafirmado mi posición a combatir esta práctica que segrega; no combatirla en forma física, sino permanecer fiel a lo que creo es un camino de eterno aprendizaje y de armonía.

Por suerte, en este camino no me he sentido nunca solo. Este tipo de practicantes egoístas son una minoría dentro de este amplio mundo. Tengo la suerte de haber compartido el entrenamiento durante estos años tanto con mi círculo más cercano, como con profesores y alumnos de otros lugares con quienes tenemos en común la búsqueda de constante aprendizaje y apertura a otras prácticas, complementando las enseñanzas de las distintas ramas de este gran árbol que es el Aikido.

Ellos han sido y serán quienes me acompañen y a quienes acompañe en este camino que siento nos llevará a ser mejores cada día.  Sé que no estoy solo y que somos parte algo mayor que nos trasciende. Por ello, a pesar de no estar siempre presente en mi dojo de origen, siento que parte de mi está en la práctica diaria de mis compañeros en el tatami, así como parte de ellos va conmigo a cualquier otro dojo donde practique, así en las artes marciales como en la vida.

Hoy siento que Aikido es eso, armonizar con el resto de la gente, empatizar con cada diferencia que un compañero nos muestre en el tatami y en la vida, pues como todo en la naturaleza, seguimos una constante espiral, cambiando, aprendiendo y evolucionando. En palabras de O’Sensei: “Tu mente debe estar en armonía con el funcionamiento del universo; tu cuerpo debe estar sintonizado con el movimiento del universo; cuerpo y mente deben ser uno, unificados con la actividad del universo” (El Arte de la paz, M. Ueshiba).

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Gustavo Chiang
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