No Más Ki

“Estaba preparado para morir si era necesario”  

-Sensei Chiba

El 05 de Junio de 2015, Chiba Sensei murió. Dejó atrás una familia en duelo, envuelta en un profundo luto. La muerte de Sensei Chiba no fue una sorpresa para quienes pertenecemos al Birankai, escuela que él fundó. Estábamos conscientes de que estos últimos dos años su estado de salud  lo mantuvo en su hogar, junto a su amada familia.

A pesar de que, en el futuro cercano, el anuncio de su muerte era inevitable, quedé, sin embargo, conmocionado cuando llegó; conmocionado y profundamente entristecido. A medida que el anuncio de su muerte se expandía alrededor del mundo, a través de las miles de personas que él influenció, todos compartimos una profunda sensación de pérdida.

Aproximadamente seis semanas después del anuncio de la muerte de Sensei Chiba, se llevó a cabo el seminario anual del Birankai Norteamérica en Seattle, Washington, Estados Unidos. Este seminario, el primero después de su muerte, que fue modificado acorde a los deseos de Sensei Chiba, nos permitió a nosotros, sus seguidores y familiares en el aikido, apoyarnos mutuamente a medida que nos adaptábamos a la idea de su muerte. Una ceremonia budista se realizó en el dojo, luego una ceremonia más formal en una iglesia y una reunión social en la tarde.

La ceremonia budista en el dojo fue muy conmovedora. Una fotografía de Sensei Chiba fue situada en el Shomen y, al finalizar, fuimos hasta el Shomen y nos inclinamos por unos pocos segundos para dar nuestros respetos, antes de moverse para permitirle a la próxima persona en línea que hiciera lo mismo. Este pequeño gesto, una especia de homenaje de despedida, fue seguido aún por otro más. La gente permanecía sentada silenciosamente en el tatami, dirigidos hacia el Shomen, como si aún no lograran comprender que Sensei Chiba ya no estaba más. Algunos lloraron. El profundo sentimiento de dolor era poderosamente evidente y compartido por igual entre los que lo conocían bien y aquellos que sólo tuvieron una pequeña relación con él. El camino desde el dojo hasta nuestros dormitorios, que estaban localizados en un edificio distinto, estuvo lleno de personas compartiendo sus pensamientos y recuerdos de Sensei Chiba. Todos aquejados por su fallecimiento.

La reunión social de la tarde fue de una naturaleza completamente distinta. Todos fuimos, como alguien acertadamente dijo, “a hacer lo que a Sensei más le gustaba hacer en su tiempo libre”. Beber y cantar juntos, eso era lo que más le gustaba hacer en su tiempo libre, y eso fue lo que hicimos; nosotros bebimos y cantamos para conmemorar a nuestro maestro. Estudiantes y Profesores cantaron y bailaron. Había tristeza mezclada con regocijo.

Esta mezcla de emociones podría parecer extraña, pero la tristeza acompañada con la alegría es un elemento familiar en muchas culturas. Los velorios son comunes en las culturas celtas de Irlanda y Escocia y en el Judaísmo está el Seudat Havraa, una versión del velorio que consiste en una comida de recuperación después del entierro. En cuanto a mí, me sentí confundido en la reunión porque no podía evitar un sentimiento de negación, como si la ausencia de Sensei Chiba todavía no me hubiese impregnado como debía haber sido.

La primera frase de uno de los maestros del Birankai cuando le informaron de la muerte de Sensei Chiba fue: “Él fue un héroe”. Creo que pretendía transmitir que Sensei valientemente aceptó su inminente muerte. Aceptó su propia muerte sin ninguna sensación de arrepentimiento, ninguna en absoluto. Personalmente me atrevo a entender su valentía relacionándola con su creencia en la eternidad del alma.

En el dialogo Phaedo, Platón representa la muerte de Sócrates en forma de una conversación. Phaedo, un estudiante de Sócrates, estaba con Echecrates, un filósofo pitagórico. En el dialogo, Phaedo intenta describir a Echecrates los eventos concernientes a la muerte de Sócrates.

Phaedo dice:

Tuve un particular sentimiento estando en su compañía. Por cuanto difícilmente podía creer que estaba presente en la muerte de un amigo y, por lo tanto, no sentía lastima por él. Echecrates; el murió tan valientemente, sin ningún miedo, y sus palabras y su conducta fueron tan nobles y gráciles, que para mí el parecía bendecido… yo estaba complacido, pero en el placer estaba también una extraña mezcla de dolor; pues me di cuenta de que pronto iba a morir y este doble sentimiento era compartido por todos nosotros; estábamos riéndonos y llorando por turnos…

Por lo que puedo razonar, ésta es, también, la forma en la cual Sensei Chiba murió: sin miedo y en paz con el irrefrenable proceso que se llevaba a cabo en su cuerpo. Esta combinación de tristeza y gratitud, prevalente entre tantos acongojados por la muerte de Sensei Chiba, refleja lo significativo de su vida; una vida que dejó su marca en tantas personas alrededor del mundo. Él dejó atrás muchos estudiantes que educó en el espíritu del aikido. Él vivió este este espíritu de la forma más digna. Su carrera abarcó casi 50 años y su impresionante legado puede ser visto en la manera en que dio forma y cambió las vidas de sus estudiantes. Observadores objetivos pueden ver y juzgar los resultados de los esfuerzos en su carrera. Me gustaría destacar un rasgo central en Sensei Chiba, uno que no puede ser inferido de ninguna forma a través de la observación externa, es su autenticidad y la expresión de esa autenticidad en su vida. Sensei Chiba fue autentico. Él fue autentico en su vida y fue autentico en su muerte.

¿Qué significa ser autentico? El concepto de autenticidad ha sido explorado desde distintos ángulos por psicólogos, artistas y muchos filósofos comenzando con los existencialistas. Autenticidad podría ser ligeramente conceptualizado como la verdad, pero la verdad y la autenticidad no son sinónimos. Hay básicamente dos aspectos de la verdad y la autenticidad; uno externo (objetivo) y otro interno (subjetivo). El primer aspecto asume que cada persona posee una verdad interna de la cual podemos aprender basados en señales en su comportamiento, la forma como él o ella se presentan e interactúan con el mundo externo. Nosotros podemos ver el Yo objetivo. El segundo aspecto tiene que ver con la forma que la persona se relaciona consigo mismo sin ninguna pretensión, ilusión o máscara; el Yo subjetivo. Este segundo aspecto es enteramente interno, privado, con ninguna presencia en el mundo externo. Nosotros no podemos ver el Yo subjetivo. Autenticidad es el grado en el cual uno es capaz de vivir de acuerdo con nuestro propio Yo subjetivo o espíritu, mientras se existe como un Yo objetivo en un mundo externo de reglas, presiones y expectativas. Es el grado y medida en que nuestra mente consciente resuelve o interactúa con estos conflictos.*

El deseo del Yo subjetivo, ser infinito al extremo, completamente libre e independiente y el contradictorio deseo del Yo objetivo, ser visto y reconocido en el mudo externo con sus reglas y expectativas, es una contradicción existencialista inherente en cada ser humano. Filósofos existencialistas han descrito y explicado este conflicto en una variedad de formas, como una inconsistencia intolerable, pavor y desesperación.

Para el filósofo del siglo XIX Søren Kierkegaard, este tipo de frustración y pavor es un rasgo positivo a medida que nos motiva a decidir, a tomar acción, a transformarla y crear la libertad que nos permite adoptar un nuevo camino, el camino de las propias elecciones.

Vivimos nuestras vidas sabiendo que vamos a morir. Morir es la más personal y total experiencia humana y uno debe cursarla completamente solo. El evento concreto de la muerte pone fin a esta íntima y subjetiva experiencia. De acuerdo con Kierkegaard, si vamos a conducir nuestras vidas con esta contradicción existencial, el deseo de la subjetividad completa y la desesperación por la finalidad de la vida, nos impulsa a buscar lo que es eterno. Lo más importante para Kierkegaard, es nuestro nivel consciencia acerca de nuestro propio pavor y consciencia de nuestra propia muerte. A medida que nuestra consciencia se incrementa, así también lo hace la pasión por buscar la subjetividad pura, la infinidad pura. Una mayor capacidad para estar alerta en esta dirección es la base de nuestra propia autenticidad.

En su libro, Estudios sobre Existencialismo, Ran Sigad establece que la vida de una persona autentica está expresada a través de la consciencia de muerte, y esa consciencia es lo que hace a un humano estar verdaderamente desapegado e independiente. Kierkegaard, sin embargo, postula que la consciencia de muerte está limitada para aquellas raras personas que son capaces de esforzarse hacia una decisión definitiva, dirigiendo sus mentes hacia algo nuevo, superando los hábitos y convenciones que están bien arraigados en su sociedad. Así, estas raras personas están solas con su propia verdad y enfrentando la creciente ansiedad. Martin Heidegger, uno de los más grandes filósofos del siglo pasado, también apunta al horror que enfrenta el hombre moderno, indicando que la consciencia de la muerte es una inminente característica de una personalidad autentica.  Su propia forma de conceptualizar este tema recalca que la necesidad de una verdad personal y privada no necesariamente pertenece a humanos raros y excepcionales. Puede pertenecer a cualquier ser humano.

En su libro Ser y Tiempo,  Heidegger  busca explorar el concepto de sein, que significa “ser”. Esta exploración lo lleva a la búsqueda del hombre por ser, una especie de estructura, un modelo de su propia existencia. Heidegger describe entonces la condición humana del Dasein, que literalmente significa “Ser ahí”, pero también puede traducirse como “presencia” o “existencia”. Desde el momento de su nacimiento, el ser está rodeado de cosas, de entidades, y se esfuerza por alcanzar aquellos fines que le parecen merecer la pena. Consigue alcanzar algunos de estos objetivos y, a este respecto, es siempre imperfecto. Trata de completarse a sí mismo a través de sus acciones en el mundo objetivo externo. Los objetos y las entidades que encuentra alrededor aparecen como un fenómeno en la mente. En su vida diaria el hombre no confronta todos los aspectos de un fenómeno a la vez, sino más bien, solo algunas partes de estos cada vez, centrando su atención en aquellas de mayor interés o relevancia, de esta forma los fenómenos toman una forma más concreta y finita. De esta forma es como la realidad resulta distorsionada. La autenticidad es, sin embargo, una situación en la que se está continuamente abierto a las infinitas posibilidades, arraigado en todo lo que existe en su mundo, al fenómeno en su conjunto.

El pavor, al cual aludí anteriormente, en el contexto de la conceptualización de Kierdegaard sobre la condición humana, reaparece como lo existencial en la filosofía de Heidegger. Pavor es lo que nos impulsa a asumir la responsabilidad de uno mismo. Esta responsabilidad está obligada/destinada a desarrollarse como un fenómeno privado. Si uno está inmerso en el mundo externo, en los otros, entonces el mundo externo es lo que nos provee de estándares morales y otras convenciones, que forman parte de cualquier sociedad, y esencialmente lo liberan de tomar decisiones serias a este respecto.  La persona entonces debe encontrar una salida, un respiro, de lo que, de otro modo, se puede convertir en un tipo de agotamiento existencial. De hecho, como Heidegger señala, existe la tentación de vivir una vida simple y quieta, pero hay un precio que pagar por hacer esto: Uno debe perder su libertad y al hacer esto terminar separado de sí mismo. El único camino que puede liberarnos de esa clase de estancamiento, aunque sea temporalmente, es la experiencia del pavor o el espanto.

El miedo que Heidegger señala es una emoción que nos fuerza a confrontar la idea de una existencia infinita y concreta. Esta tiene una presencia de vacía intensidad, la presencia de la nada. Y el fenómeno que transforma el ser humano en la nada es la muerte.

Heidegger, como muchos otros intelectuales, nos resalta el hecho de que la mayoría de fenómenos comunes en nuestra cotidianidad es nuestro esfuerzo de suprimir cualquier rastro de la noción de muerte.

Sigmund Freud también señala el tema de la consciencia reprimida de la muerte. El escribió (1915):

¿No sería mejor dar a la muerte el lugar en la realidad y en nuestros pensamientos el lugar que propiamente le pertenece, para dar un poco más de importancia a esa actitud inconsciente hacia la muerte a la cual hasta ahora hemos reprimido tan cuidadosamente?**

La propia muerte, debemos recordar, niega la existencia física de uno mismo. Es una subjetividad completamente desprovista de cualquier similitud con nadie más que uno mismo.

La propia experiencia de la muerte está limitada a la muerte de otra persona, nunca la propia muerte, entonces la muerte no es nunca una experiencia verdaderamente personal. Como nosotros no tenemos ninguna experiencia personal de muerte, nos permitimos el negar nuestra inevitable muerte. Si, la muerte puede estar ahí, esperando por nosotros a la vuelta de la esquina, pero la negación es una respuesta común. Esas otras personas están muriendo, no yo. No hace falta enfrentar aquella otra posibilidad más privada, solitaria y personal.

Ernest Backer inicia su libro, La Negación de la Muerte, con el siguiente postulado: La idea de muerte, el miedo a ésta, acecha al animal humano como ninguna otra cosa; es la causa principal de la actividad humana, actividad designada principalmente para evitar la fatalidad de la muerte, superarla negando de alguna forma que es el destino final del hombre.

Cualquier implementación concreta de una muerte real elimina la infinidad de posibilidades que vienen con la vida. La autentica existencia de un ser humano viene a la realidad a través del enfrentamiento de la nada en su vida, por la habilidad de tolerar la ansiedad de estar cerca del fin. Paradójicamente, el estado mental de la muerte cercana abre la propia mente hacia las posibilidades de la propia vida. El encuentro de uno con la vida como en su conjunto, le permite a uno hacer frente a las infinitas posibilidades de la autorrealización.

Podemos encontrar un número de similitudes entre el pensamiento de filósofos existencialistas y la filosofía Zen que fue adoptada por los guerreros samurai hace aproximadamente un milenio atrás.

El samurai ha influenciado enormemente a los artistas marciales por siglos, desde su tiempo en la edad media hasta ahora en el siglo XXI. Sensei Chiba fue ciertamente influenciado por ellos. Sabemos que estos guerreros japoneses se requerían tener una completa maestría en su arte, ya fuera la espada, el arco o el yari (lanza). Además del dominio de sus armas, hubo otra área de incesante preparación. Ellos debían preparar sus mentes para la inminente batalla. El budismo Zen, con sus estrictos métodos, acudió en su auxilio, proveyéndoles exactamente de lo que los guerreros japoneses necesitaban para desempeñarse, según lo requerido, en el momento de la verdad.

Los guerreros actuaban sin dudar, sin pensar. Solo la intuición y la capacidad física se situaban a su lado. Cualquier duda en la batalla derivaba en una pérdida. La muerte era una compañera inseparable del samurai. La consciencia de ese crucial momento, esa fracción de segundo, cuando la muerte podía reemplazar a la vida fue arraigada en su cultura. La actitud de consciencia es similar a la manera en la cual los existencialistas veían el estado mental de la muerte cercana.

Asumo que la búsqueda de la vida auténtica no era central en modo alguno en el mundo del samurai. No obstante, ellos compartían una comprensión de la contradicción existencial e intentaron resolver esta contradicción. Los samurais manejaban el momento de  la muerte como un momento de júbilo. Sí, la muerte era para ellos un muy único y privado momento y aún así, ellos procuraban hacerlo público al punto de dejar canciones de despedida y de dar fe de sus intenciones.

Daisetz Susuki escribió: “la muerte es el asunto más serio que absorbe toda la atención, pero la cultura japonesa piensa que deben ser capaces de trascenderla y verla objetivamente”.

No se puede errar al observar las similitudes aquí con las ideas existencialistas. Es bastante sorprendente que los pensadores Zen, miles de años atrás, alentaban el pensamiento más allá de las convenciones, más allá de la rutina, más allá de la vida diaria. Ellos incluso aspiraban a una comprensión más completa del significado de la vida, tal como las que han sido elaboradas por los actuales filósofos y que llamaron una vida auténtica.

«…Esto consiste en ver directamente al misterio de nuestro propio ser el cual, de acuerdo al Zen, es realidad en sí misma… Esto es una apelación a un modo intuitivo de entendimiento, el cual consiste en experimentar lo que es conocido en japonés como satori. Sin satori no hay Zen. El principio del satori  no está apoyado sobre conceptos en orden de buscar la verdad de las cosas, porque los conceptos son útiles para definir la verdad de las cosas pero no para hacernos personalmente familiarizado con ella. El conocimiento conceptual puede hacernos sabios en cierto sentido, pero es solo superficial. No es la viva verdad en sí y, por lo tanto, no hay creatividad en ella,  sino una mera acumulación de materia muerta» (Susuki, p 218).

Los samurais existieron hace muchos siglos atrás, pero fue Sensei Chiba quien vivió entre nosotros en nuestra época y quien internalizó los valores del samurai tanto en la encarnación física como en su superioridad de consciencia. El actuó en base a la filosofía del budismo Zen. Desde una temprana edad, él estuvo preparado para morir, cuando la necesidad apareciera. En 1978, en una ocasión al enfrentar a un hombre que había retado al Hombu Dojo, Sensei Chiba señaló: “le dije que como un profesor de artes marciales, estaba preparado para morir si fuese necesario” (De acuerdo a una entrevista publicada en Aikido FAQ -originalmente publicado en Terry O’Neill’s Fighting Arts International, edición N° 70)

En 2010, Chiba Sensei visitó Israel.  Recuerdo claramente a los dos sentados en la playa en Tel Aviv mirando el atardecer. Bajo nuestros pies, la arena era suave y placentera y la cerveza estaba fría. Había los usuales sonidos de la playa con la gente hablando, caminando, y jugando en la arena. Los padres y sus hijos deambulaban, salpicando en el mar con gran conmoción. Nosotros nos sentamos calmadamente y conversamos. Lentamente comenzamos a hablar de sus recuerdos de infancia durante la segunda guerra mundial. Él habló acerca del bombardeo de los Estados Unidos a en su ciudad, en Japón. El fuego atrapó los hogares de todos y había una urgente necesidad de huir de las llamas. Estos fueron horrendos momentos y Sensei Chiba habló de ellos vívidamente como si el bombardeo recién hubiese ocurrido. Este encuentro con la muerte nunca se había atenuado ni perdido de su consciencia. Escuché atentamente y le pregunté cómo se sentía acerca de la muerte. Él se giró hacia mí, me miró con sus gentiles pero penetrantes ojos y dijo, “nunca estuve asustado de la muerte. Yo moriré cuando se requiera. Cuando llegue, bueno, ese es el curso de la naturaleza”. Esta no fue la primera vez que lo escuché hablar acerca de la muerte, pero fue la primera vez que lo escuché compartir esto en un tono tan íntimo y personal. Lo que más me impresionó no fue el contenido, sino el tono calmado en el cual las palabras fueron enunciadas.

Nunca conocí a otro hombre, antes o después de Sensei Chiba, con ese tipo de consciencia de la muerte. La conciencia de muerte evidentemente lo acompañaba en la vida diaria y con ella venía una calma y aceptación única.

Como mencioné inicialmente, hay dos aspectos en la autenticidad. De acuerdo al primero, podemos observar la propia autenticidad mediante señales externas. No hay duda de que Sensei Chiba proveyó de esas señales. Él fue claramente un hombre de una verdad interna, dispuesto a aceptar la responsabilidad de sus acciones y pagar el precio de sus deudas. De acuerdo con el segundo aspecto, no hay nada que el observador pueda notar ya que es algo completamente interno. Esta autenticidad no tiene manifestación externa. Sin embargo, la consciencia de autenticidad puede ser inferida, y no tengo ninguna duda que también en este aspecto Sensei Chiba vivía en el auténtico espíritu al cual aludí anteriormente. Él estuvo en frente del vacío con gran coraje. El poseía una verdad interna que cualquiera que lo conoció nunca negaría o llegará a olvidar. Daniel Kempling, uno de los anteriores uchideshi de Sensei, lo describe bien cuando dice, “Sensei Chiba tenía las manos del infierno y el corazón de Buda”.

En el artículo, Límites de Aikido para los Futuros Maestros, de Sensei Chiba, se puede encontrar la propuesta de la negación de lo cotidiano y la consciencia de estar cerca del fin como manifiesto al mundo del aikido.

Sensei Chiba dijo:

No hay manera de enseñar la esencia del arte del aikido a una espada no comprometida. Una actitud  comprometida (espada) lo expone a uno a la muerte y, sin esto, no se pueden pasar por la sólida puerta que se sitúa entre la vida y la muerte, creación y destrucción, y no puedo ayudarlos. La puerta nunca se abrirá a los que no se comprometen porque con una infinita auto indulgencia ellos llegan a tener tanto orgullo que se acumula en cada pequeña esquina de nuestra sociedad.

Sensei Chiba encontró su muerte en el mismo estado mental y la misma disponibilidad a morir que tuvo mientras vivió. Poco antes de su muerte escribió a todos los maestros Birankai. Fue una carta muy triste y conmovedora. Aquí deseo citar la oración que más me conmovió. Escribió:

Muchas semanas atrás, me dijeron que mi cáncer se había expandido y que el tratamiento no extendería mi vida, solo prolongaría mi muerte. Por esta razón, he elegido no continuar con ninguna de las opciones que se me ofreció. En vez de eso, permitiré a lo que viene ocurrir naturalmente.

Descanse en paz, querido Sensei.

Amnon Tzechovoy

Texto original publicado en http://birankai.org/blog/?p=1123

Notas del Traductor:

*Yo interno (subjetivo) y Yo externo (objetivo) es una división arbitraria que se refiere a espacios de desarrollo de dinámicas psicológicas (emoción, pensamiento, identidad, consciencia, etc.). Yo interno se enmarca en la mente de la persona mientras que el Yo externo es la expresión de las dinámicas psicológicas en la conducta observable y medible.

**1.-Freud postula sobre la estructura de personalidad, la cual está compuesta de tres niveles: inconsciente, pre-consciente y consciente. Tanto el nivel inconsciente como el preconsciente son puramente internos mientras que el consciente establece la relación entre el mundo interno y externo de la persona. 2.- Represión, en el psicoanálisis, es uno de los mecanismos de defensa utilizados por las personas para mantener pensamientos o emociones en el nivel inconsciente y, por lo tanto, inaccesible a la consciencia para así evitar malestar psicológico.

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Felipe Cabrera
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